La dinámica demográfica de la población mundial ha experimentado cambios considerables en los últimos años, esta situación se ve reflejada en el ritmo de crecimiento, es decir en el volumen y la composición de la población según su sexo y su edad. A lo largo del tiempo, se ha pasado de ciclos regidos por una alta fecundidad y mortalidad, a ciclos de baja fecundidad y mortalidad, lo cual trae aparejado cambios radicales en los niveles de vida de la población, además de un gran impacto socioeconómico. El conjunto de estos cambios han provocado cambios notables en la expectativa de vida de la población. En Argentina por ejemplo, se ha pasado en casi 100 años de una Esperanza de vida al nacer de 48.5 años en 1914 a un 75.24 años en 2010 según el último Censo de Población, Hogares y Viviendas, efectuado por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) (1), cambiando de manera notable el perfil epidemiológico y demográfico de la población.
El impacto que producen estos cambios sobre el escenario de la Salud Pública es notable. Así como lo explica Mazzáfero y colaboradores en su libro “Medicina y Salud Pública” explicando la los fundamentos de la Teoría de la Transición Demográfica, donde desarrolla la idea de que “la disminución del grupo de edad joven, el estancamiento del grupo de edad activa y la expansión del grupo de edad avanzada provocan modificaciones en los perfiles epidemiológicos..” (2). Estas modificaciones encuentran como causa posible cambios en los patrones de enfermedad, invalidez y muerte, trayendo como consecuencia el aumento de la prevalencia de algunas enfermedades (3). Este es el panorama actual de la población mundial: Un población cada vez más envejecida, donde la esperanza de vida al nacer cada vez es más elevada, y el número de adultos mayores se incrementa día a día.
La población de adultos mayores está creciendo significativamente, con lo cuál es esperable que aumente la prevalencia e incidencia de enfermedades relacionadas con la edad, como por ejemplo la incontinencia de esfínteres, la inmovilidad, la depresión, el abuso y/o maltrato, la polifarmacia y la demencia.
Uno de los trastornos más usuales en los adultos mayores es el Deterioro Cognitivo (DC). Tanto en el envejecimiento normal, como en el patológico, la disfunción en la memoria es la alteración cognitiva más común con detrimento de la calidad de vida y de la capacidad de nuevos aprendizajes y en la evocación de información valiosa (4). La disminución cognitiva se refiere a la pérdida de facultades intelectuales, y se observa mayoritariamente en las funciones de Memoria, Orientación y Atención. La realidad clínica indica que es altamente frecuente en personas mayores de 60 años –con o sin diagnóstico de demencia- aparezca algún tipo de falla cognitiva y generalmente este déficit aparece reflejado en un simple cuestionario de rutina, o mas aún en pruebas psicométricas específicas. La importancia y detección temprana de este tipo de trastornos tiene un valor clínico y diagnóstico fundamental, dado que pueden marcar el inicio de una enfermedad neuropsiquiátrica, como por ejemplo la Enfermedad de Alzheimer.
Dentro de las enfermedades relacionadas con la vejez, la Enfermedad de Alzheimer (EA), es un tipo de demencia neurodegenerativa progresiva con alteraciones cognitivas, conductuales y funcionales, de etiología heterogénea, pudiendo ser producida por mutaciones en los cromosomas 1, 14, y 21, así también como por causas desconocidas (5).
La EA es la causante del 60-70% de casos de deterioro cognitivo progresivo en adultos mayores. Un número importante de estudios sugieren que un 10-15% de personas mayores de 65 años padece deterioro cognitivo, y la EA es responsable de la mayoría de estos casos.
La prevalencia de EA se duplica alrededor de cada 5 años tras superar los 60 años de edad, aumentando del 1% entre los 60-64 años hasta un 40% entre los que tienen 85 años o más (6).
La EA se convierte así en una de las más frecuentes enfermedades padecidas en la vejez, dado que su presencia se encuentra íntimamente relacionada con el envejecimiento (7). El impacto sobre la salud pública y la presencia de esta problemática crece de manera exponencial en los países más desarrollados, donde la longevidad es mayor y el incremento de la población de adultos mayores es progresivo.
Las consecuencias de este fenómeno se hacen sentir con fuerza en la Sociedad, la Economía, la Salud Pública y en los Servicios de Salud en particular y por ello creemos necesario trabajar fuertemente en la planificación, programación, capacitación, investigación y reestructuración de los modelos de servicios, atención, diagnóstico, tratamiento, y formación profesional, para avanzar en el abordaje de esta patología de dimensiones epidémicas, que se ha trasformado lamentablemente en protagonista del escenario de la Salud Pública en el siglo XXI.
Países como Francia, Estados Unidos, España, Australia, entre otros, han aprobado Planes y Programas a Nivel Nacional,
con el fin de habilitar estrategias de abordaje y contener a la población en cuanto a las consecuencias socioeconómicas
que trae aparejada esta patología.
Incluir a la Enfermedad de Alzheimer en la agenda global de la salud, como prioridad para un mundo cada vez más envejecido,
es hoy una prioridad en Salud Pública a nivel mundial.
1.INDEC. Instituto Nacional de Estadísticas y Censos. Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2010
2.Mazzáfero, Enrique Vicente y Col, “Medicina y Salud Pública”, 1999; 12; (Pág. 395)
3.Mazzáfero, Enrique Vicente y Col, “Medicina y Salud Pública”, 1999; 12; (Pág. 395)
4.Casanova Sotolongo Pedro; “Deterioro Cognitivo en la Tercera Edad”; Rev. Cubana Med Gen INtegr 2004; 20 (5-6).
5.González Mas, Rafael. “Enfermedad de Alzheimer. Clínica, tratamiento y rehabilitación” Editorial Masson. Año 2000.
6.Von Strauss E, Viitaen M, De Ronchi D Et al. Aging and the occurrence of dementia. Arch Neurol 1999; 56:587-92.
7.González Mas, Rafael. “Enfermedad de Alzheimer. Clínica, tratamiento y rehabilitación” Editorial Masson. Año 2000.